Me tiemblan las manos cuando escribo, hace varios días que imagino el gusto del vino patero frío en los labios, me emociono de sólo pensar que voy a llegar a la posada de doña Rosa y ella va a estar ahí, con una sonrisa que le desnuda el alma de los sufrimientos en su tierra india y orgullosa.
Pienso en el cartel que me advierte que correr puede ser perjudicial para mi corazón maltratado, porque estoy a 1997 metros sobre el nivel del mar, y que hay grandes posibilidades de que mis horas ahí, coincidan con los 360 días de sol al año, que bendicen a la casa de la Pachamama.
Voy a volver a Amaicha voy a caminar por los Zazos, despacito hasta el dique, desde ahí voy a seguir la acequia hasta El Remate, donde "es perfecto el aire, la cumbre bajo el sol", y prometo que "de lo que quede de mí, te llevo un poco".
Apuntes de El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince
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• Un teclado —mucho más que un lápiz o un bolígrafo— es la representación
más fidedigna de la escritura. Esa manera de ir hundiendo sonidos, como en
un pia...
Hace 8 años